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Me llamó la atención el griterío de un grupo de niños. Estaban jugando con unas máquinas
viejas y abandonadas. Había antiguas segadoras, beldadoras, carros, vertederas en desuso,
incluso hasta coches abandonados. Los niños utilizaban y manejaban estos artefactos como si
fuesen juguetes. Había uno que se sentó en el sillín de la segadora y se puso a manejar los
mandos y palancas, como si de un avión F18 se tratara, otro que inverosímilmente se subió encima
de la beldadora y se introdujo en el compartimento superior. Otro que andaba sobre los filos de
unas vertederas oxidadas, como si se tratara de un gimnasta andando sobre una barra fija. El más
recatado estaba intentando aflojar unos tornillos para desmontar unas hojas cortantes de una
segadora.
Si algún día un niño se hiere de gravedad y se desgracia con una segadora, beldadora o
cualquiera de estas máquinas oxidadas en fase de putrefacción, la mayoría de las cuales tienen
bordes cortantes y que además están desperdigadas por todas las eras, ¿quién deberá responder
por daños y perjuicios?. ¿El dueño de la máquina por dejarla al alcance de todo el mundo y
desentenderse de ella?, ¿el propietario de la finca por permitir que su propiedad sea un
vertedero de máquinas viejas?, ¿el Ayuntamiento por tolerar esta situación?, ¿o todos...?.
Posiblemente estas máquinas estén ahí desde que dejaron de ser útiles, seguramente llevan
20 ó 25 años adornando nuestras eras. Son máquinas que marcaron una época y que hubieran
merecido mejor final que descomponerse a la intemperie a lo largo de los años. ¿Tendremos que
seguir conviviendo con ellas otros 20 ó 25 años más hasta que sus esqueletos se desmoronen?
Algunos dirán: “...es que estas máquinas tienen su encanto, dan ambiente, se integran en el
paisaje...”. Ni mucho más lejos de la realidad, lo único que dan es el aspecto de un pueblo
descuidado y tercermundista, en el que el respeto por el medio ambiente y el entorno es
inexistente, amén del peligro potencial que conllevan estos artilugios hacia los niños.
Otros se atreverán a decir: “...es que no tengo sitio para guardarlo...”. Yo tampoco tenía
sitio para guardar mi prehistórico ordenador 8088 digno de un museo y no por ello lo guardé
en la casa del vecino.
En fin, sigamos rezando para que el Ángel de la Guarda de los niños que juegan con estas
máquinas nunca les abandone...
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