Mi compañero de pupitre en el colegio estaba convencido de que Soria
era una invención del profesor de Geografía. «Soria no existe y
puedo demostrarlo», nos decía en los recreos. Y, subido a una silla,
nos hacía preguntas que no sabíamos responder: ¿Conoces a alguien
de Soria? No. ¿Has estado alguna vez en Soria? No. Y la última, la
que nos hacía bajar la cabeza: ¿Has visto alguna vez a Soria en el
telediario? No, jamás.
Con el tiempo, le concedí el beneficio de la duda; al fin y al cabo
yo había visto a Soria en un mapa, pero también había visto dibujos
del Ratoncito Pérez y a los Reyes Magos en carne y hueso bajar por
la calle Mayor. Pero he aquí que la semana pasada Soria salió en el
telediario. El conflicto de la Basílica de Belén se había
solucionado gracias entre otras cosas a que España había aceptado
acoger a tres palestinos. Los tres palestinos se encontraban
felizmente en Lubia, un pueblecito a 15 kilómetros de Soria capital.
Llamé a mi amigo, que con el tiempo se ha hecho filósofo, para darle
cuenta de la prueba definitiva. «Soria es una invención de Machado»,
dijo muy seguro de sí mismo. Y comenzó a colgar mientras añadía:
«¿Conoces a alguien de Soria?». «A Abel Antón, campeón de maratón, a
Fermín Cacho, excelso atleta olímpico, a Juan José Lucas, a Jesús
Posadas. De Soria tenemos ministros, tenemos duques...», dije yo,
pero no me dejó terminar. «Quiero decir en persona». Y colgó.
Había una manera aparentemente fácil de conocer cara a cara a alguno
de los 92.848 sorianos con quienes no tenía el gusto: seguir la
estrella de Belén hasta más allá de Medinaceli y penetrar en los
campos de Soria. Los que no encuentren el astro pueden recurrir a
las más socorridas carreteras estatales. Dicen que Soria está a sólo
dos horas y media de Madrid. También dicen que está separada del
resto del mundo por un invisible telón de acero. A un lado, las
autopistas, las prisas y las ciudades contaminadas. Al otro, los
pueblos olvidados con menos de nueve habitantes por kilómetro cuadrado.
En Almazán, el pueblo más grande de Soria, se levantan por todas
partes grúas y andamios, pero una mañana cualquiera de un día de
diario no se ve un alma por la calle.
El único ser humano que se aventura por las hermosas piedras parece
ser Diego Laínez, que, si no en persona, al menos en estatua espera
al viajero desde 1565. A fuerza de golpear la zapatilla contra el
milenario empedrado nos encontramos con un auténtico soriano. Un
hombre con boina y ojos azules y la enorme capacidad pectoral que
distingue a los sorianos. Porque Soria no es sólo la provincia menos
poblada de España, sino que los sorianos son los habitantes de la
península con mayor capacidad torácica. Probablemente se deba a que
la altura media es de 1.026 metros y pudiera ser esta la razón de
que en este Tíbet de la Meseta abunden los centenarios. Como más del
30% de los sorianos, éste es un hombre que pasa de 70 años, pero no
es un anciano. «Ya he visto en la tele lo de los palestinos, pero
Lubia queda muy lejos, y digo yo que esto es grande de sobra para
todos. Y ya les dejo, que tengo que andar todavía dos o tres horas
hoy».
En la ciudad desierta, una mujer se esconde para vernos detrás de
los visillos, que se agitan como si estuvieran muy nerviosos, y
finalmente sale a la calle a vaciar un cubo de agua, quizá para
poder vernos con claridad. Pero cuando vamos a hablar con ella se
esfuma como si fuese una aparición con delantal bordado y zapatillas.
COMO LOS EXTRATERRESTRES
A Lubia se llega por una carretera verde y desierta. Los sorianos
parecen ser como los extraterrestres: yo creo en ellos pero me
resulta difícil verlos. Antes de que la estrella de Belén se detenga
delante de la Casa Forestal de Lubia, pasamos delante de un desguace
que parece lleno de coches de juguete. Pero no hay niños que jueguen
con ellos. Hay leña apilada junto a una casa pintada de rosa y
cerrada a cal y canto que dice «Club».La mayor parte de las casas
tienen las persianas bajadas, como si sus dueños se hubieran ido a
veranear para siempre. Finalmente encontramos a un hombre con un
bastón que se queja de que aquí viene a parar lo que los demás no
quieren. «Antes nos traían a los de ETA; ahora, a los palestinos.
No, yo no soy nadie y usted no me ha visto».
Lubia no llega a los 70 habitantes, en esto se parece a la mayoría
de los 513 pueblos de la provincia. Cerca de la Casa Forestal una
lluvia triste baña los troncos apilados contra la pared de piedra de
una casa abandonada. Dos coches de la Guardia Civil protegen a
Ibrahim Salem Abayat, Asís Abayat y Ahmed Hemanreh. Nadie puede
verlos sin permiso de la Comandancia. Los guardias civiles son muy
amables y están muy nerviosos. «Claro que somos sorianos y a mucha
honra».
La estrella de Belén ha llegado al portal de Lubia, pero Soria
sigue. En la capital, fría y pura, una vez más las calles desiertas
nos reciben. Las aceras están tan limpias que se podría comer en
ellas. No hay casi coches, ni mendigos, ni músicos callejeros ni
palomas. Delante de la Diputación Provincial en obras, Diego Laínez,
acompañado de otros sacerdotes y monjas en piedra, es el único que
espera bajo la lluvia. Un chico negro y sonriente aparece de pronto.
Silba y empuja una carretilla. «Me llamo David y soy de Gambia.
Estoy muy contento de estar en Soria. Vine a reunirme con mi
hermano. Esto es muy bueno. Mucho trabajo». Según Caritas Diocesana,
los inmigrantes en la capital han pasado en poco más de un año de 80
a 800.
En la Maternidad no se oyen llantos ni se ven juguetes. Una
cincuentona con cara bondadosa pasa en una camilla. «Hay más quistes
que embarazos», dice un doctor que, como buen soriano, no quiere dar
su nombre. Todo el mundo es muy amable pero nadie quiere salir en
los periódicos. Hoy en Soria sólo ha nacido una niña y es negrita.
«La mitad de los niños que nacen son de inmigrantes. En 1999 nacieron
615 niños y murieron 1.047 personas, casi todas mayores de 90 años.
Perdimos 432 habitantes; pero sin los inmigrantes hubiéramos perdido
el doble».
En la Zona dos chicos jóvenes toman cerveza. «Ellas son más listas;
se han ido todas a estudiar fuera y ya no vuelven. Tengo un montón
de amigos que están con cubanas». Pero en Valonsadero, observando
los novillos que se soltarán en las fiestas de San Juan, hay dos
chicas bien guapas y casaderas. Se ríen cuando los chicos las
señalan. «La que sanjuanea, marcea», dicen. «Estas fiestas son la
esperanza de Soria para los niños y para ligar». Las chicas no hacen
comentarios.
En Garray las torres de la iglesia románica albergan una nutrida
familia de cigüeñas, y don Abel, el alcalde en funciones, nos dice
que, en efecto, en su pueblo, al revés que en los demás de la
provincia, nacen niños, y ello a pesar de que hayan cerrado la
escuela porque no había suficientes alumnos. Hay parejas jóvenes
como Julián y Ana. Julián vivía en Barcelona pero se vino aquí
detrás de Ana. Y ahora ha llegado Axel, un soriano de mofletes
redondos que a sus dos años hace ondear una banderita del Numancia.
UN SOLO NIÑO
Garray es la excepción. En Catalañazor, don Angel se asoma a las
ventanas de piedra de uno de los pueblos monumento de la provincia.
«Vamos a celebrar que aquí vencimos a Almanzor hace 1.000 años, pero
tenemos un solo niño pequeño. Y eso porque ha venido gente de fuera».
Si ves una ermita abandonada, trigo en las ruinas del campanario,
los esqueletos de las casas agitándose entre la yerba, y a lo lejos
un dinosaurio, no estas soñando, estas en Soria. Poco más allá,
llegarás a Yanguas, cuyos famosos arrieros aparecen en El Quijote,
porque Cervantes fue el primero que inventó a Soria, aunque le
siguieran Bécquer, Machado y don Gerardo Diego. Yanguas tiene 30
habitantes en invierno y todos menos cuatro son mayores de 70 años,
pero tiene castillo y princesa. Violeta tiene dos años y es la única
niña del pueblo y del valle. Hoy más que princesa es una reina que
somete a sus caprichos a su abuela de 88 años y a Marisol, su madre,
que ha abierto una casa rural porque cree que el turismo es el futuro.
José Miguel Martínez es soltero y voluntario de Cruz Roja. Es de
Almenar, un pueblo donde sólo quedan nueve niños y hace años que
cerró la escuela. Cuidó a su tía de 102 años hasta que murió. Luego a
su hermano y, como vio que lo de ayudar engancha, acabó en la Cruz
Roja. «He visto morir a los pueblos en cuanto se cierra la escuela».
Como en Albocabe, un pueblo abandonado donde, sin embargo, todo está
intacto, como si sus habitantes se hubieran ido sólo unos días. La
tumba más reciente del cementerio es de 1940. Hay más de 10 pueblos
abandonados en Soria y otro centenar tiene apenas uno o dos habitantes
en invierno. Soria es el corazón de la piel de toro, el
lugar por donde se dobla España. Soria es un pueblo con un frontón,
frente al frontón, un olmo seco y bajo el olmo un viejo, si es que
todavía queda el viejo. En uno de esos frontones podía leerse: «El
último, que apague la luz». Y en otro, «Viva el quinto del 97.
Firmado, el Quinto».
Es el momento de llamar a mi amigo, el filósofo. Le dejo un mensaje
en el contestador: «Soria es una invención de los sorianos. Se
merece mucho más que existir».
|